Es innegable cómo la moda se ha convertido en el lenguaje comercial de nuestro tiempo, de hecho todo lo que consumimos está cargado de información de moda, sabemos que cada artículo, objeto, tema, persona y empresa que quiera comercialmente ser exitosa tiene que hablar de estilo de vida, lo que vende no es la marca o el simple objeto sino toda la moda que encierra. En una sociedad capitalista los objetos toman valor en su contexto y apropiación, por eso podemos hablar que somos una sociedad de derroche de experiencias, la cual tiene un lenguaje propio para embellecer todo aquello que hace parte de nuestra vida cotidiana.
Ese lenguaje es la moda, desde la comida que comemos, la casa donde vivimos, los vehículos que manejamos hasta la música y los aromas están cargados de elementos de diseño, arte y moda.
Ya no compramos un pocillo para simplemente tomar café, sino un set de té con los colores de la temporada y ya no compramos un lindo cuadro decorativo para la casa sino una frase enmarcada que representa un estado de ánimo: “Keep calm and carry on…”
Ante la necesidad de encontrar bienestar, las estéticas de la moda satisfacen nuestro lado sensible y emocional, por lo que sentimos que la novedad no está en lo no inventado, sino en aquello que es fácilmente reconocible, como las emociones, para poderlas compartir.
Actualmente sabemos que el consumidor es diverso, un individuo con diferentes estilos de vida, que busca en la moda no solo la emancipación de su ser sino también la posibilidad de pertenecer a una comunidad y al mismo tiempo encontrar en esos objetos-experiencias el bienestar como ser vivo y social. Finalmente, vemos como el lenguaje de moda abraza múltiples áreas y se mimetizan para satisfacer al ser humano híper consumista de la sociedad moderna.
Franklin Ramos 